Por Antonio Gascón Ricao
La cueva de Gargás
En las paredes de la cueva de Gargás, situadas en los Altos Pirineos franceses, aparecen un centenar y medio de manos prehistóricas pintadas en negativo, a la mayoría de las cuales les faltan uno o varios dedos. Dichas pinturas rupestres, que tienen una antigüedad aproximada de 25.000 años, pertenecen a la fase Auriñariense del Paleolítico Superior y han sido, desde su descubrimiento en 1905, todo un enigma arqueológico.
Tratando de dar una explicación a aquel enigma, los arqueólogos afirman, por decir algo, que la falta radical de determinados dedos o de alguna de las falanges obedece, sin duda alguna, a mutilaciones rituales de carácter religioso, en lo que no deja de ser una pura y dura hipótesis de trabajo, ya que, de pensarse con un poco de lógica, semejante explicación resulta a todas luces aberrante.
Para ello, basta imaginar que sus propietarios eran simples cazadores nómadas, los cuales vivían de la caza y de la recolección. Motivo por el cual, de mutilarse uno o varios dedos, significaría que su habilidad manual, su principal herramienta de supervivencia, quedaba a partir de entonces muy mermada. Con lo que su sustento, de por si muy corto, quedaba en la misma medida radicalmente recortado, hecho que vendría a representar para el individuo, a corto plazo, poco menos que un suicidio.
Otra explicación, más racional, es la sugerida, ya en 1926, por G.H. Luquet, según la cual los dedos no estarían amputados, sino simplemente replegados contra la pared en el momento de grabarlos. Por tanto, dichas manos representan “señas manuales” de caza, similares al lenguaje utilizado por los sordos, y que según las diferentes configuraciones de los dedos permitirían identificar, al ejecutarlas, los diversos nombres de las especies animales representadas en las paredes, siempre de acuerdo con un código preestablecido, similar al que siguen utilizando todavía los bosquimanos del desierto del Kalahari en África.
De aceptar como buena dicha explicación, significaría que nuestro concepto sobre el hombre primitivo habría que revisarlo muy a fondo, puesto que semejante pensamiento abstracto implicaría que nuestros antecesores, ni eran tan salvajes ni tan primitivos, como la ciencia o la arqueología nos ha hecho creer hasta la fecha.
Por otra parte, y teniendo en cuenta que el lenguaje humano, tal como lo entendemos en la actualidad, apareció, según los expertos, hace apenas 10.000 años, tampoco resulta tan descabellado el aceptar que antes existió y usó, como alternativa de comunicación humana, un lenguaje manual prehistórico, similar al utilizado hoy en día por los sordos, puesto que aquellos hombres no hablaban, y aunque en principio no eran sordos, si eran, en el sentido más literal, mudos.
Esta última teoría no resulta tan descabella si se sabe que todas las personas sordas, con independencia de que tienen un nombre propio, el que figura en el registro civil o en sus documentos de identidad, poseen un signo o seña propio e individual que lo diferencia e identifica dentro del colectivo, algo así como un nombre secreto que solo conocen los sordos, y que raramente muestran a los oyentes salvo cuando hay una gran confianza.
De la misma manera que cuando conocen a una persona oyente, sin que aquella lo sepa, es “bautizada” con un signo o seña identificativa que todo el colectivo sordo acepta como distintivo propio e individual de aquella persona. Dicho signo representativo siempre recoge una característica personal del individuo dentro del contexto físico de la cara: orejas grandes, pelo rizado, ojos verdes, etc.
De ahí que se pueda pensar, de manera razonable, que las manos que aparecen en las pinturas de la cueva de Gargás, en el supuesto de que no estén mutiladas, pueden corresponder muy bien, no ya sólo a una seña identificativa de las diferentes especies animales, sino a la marca o seña personal de personas individuales, o de clanes concretos, a manera de nombre propio que los diferenciaba dentro del colectivo general de cazadores.
Hecho que implicaría también que dichas manos, pintadas en el interior de la cueva, y por tanto no visibles desde el exterior, podrían corresponder perfectamente a una marca de propiedad del recinto, con la cual se avisaba a propios y extraños de que aquel lugar concreto tenía dueños, y además con nombre propio.
El lenguaje Ogámico
Buena prueba de la teoría anterior, sería el lenguaje ógmico o ogámico, un alfabeto enormemente primitivo que nació en Irlanda, formado por trazos perpendiculares y oblicuos, colocados encima o debajo de una línea recta o cruzando esta. Según los manuscritos medievales que lo recogieron, dicha escritura constaba de 20 signos, divididos en 4 grupos de a 5.
Exactamente el mismo número de dedos existentes en el conjunto de manos y pies humanos. De aquellos cuatro conjuntos, uno correspondía a las cinco vocales y el resto a quince consonantes concretas. Con dichos signos escribieron durante siglos los celtas de la Gran Bretaña, especialmente en Gales o en Escocia, siendo en Irlanda donde más pervivió.
Las inscripciones ogámicas más modernas, que datan de los siglos V y VI, frecuentemente van acompañadas de leyendas latinas, hecho que ha permitido saber que en aquella época el alfabeto ogámico ya había adaptado el valor de sus signos, o palotes, al valor de las letras latinas.
Sin embargo, el nombre de aquel alfabeto desciende del vocablo Ogam, que designa en si a un tipo concreto de escritura rúnica, que según la leyenda era obra del dios Ogma o Ogmias, dios del panteón céltico que simbolizaba al dios de las armas y de la elocuencia. Esto último se entiende al atribuirse al mismo personaje la invención y el uso de aquel alfabeto tan peculiar.
No obstante los autores latinos Varron y Prisciano decían que el vocablo Ogam derivaba de la letra agma, que representa el grupo ng, letra doble particular que singulariza dicha escritura y que fue muy empleada en el antiguo irlandés. Respecto a la forma singular de los caracteres de aquella escritura se cree que proviene del antiquísimo culto de los árboles, al representar su grafía simple a las ramas de un árbol dispuestas en sus cuatro posiciones habituales, de tomar como eje el propio tronco, es decir, declinadas hacia arriba y hacia abajo y a derecha e izquierda.
Y sus letras, tanto las vocales como las consonantes, vinieron dadas por el nombre propio que en su momento le habían asignado a las diferentes especies de árboles situadas en su entorno próximo, en su caso la letra inicial con la cual se dada nombre propio a cada especie concreta. Hecho que demuestra lo remoto y primitivo de su origen.
Pero lo que hace singular a dicho tipo de alfabeto es que, además, se puede ejecutar también con la ayuda de la mano. Para ello basta con situar, de manera figurada y simbólica, cinco letras en cada dedo de la mano izquierda, partiendo desde el límite superior y externo de los dedos, en el caso de las vocales, asignándose seguidamente una consonante a cada falange, en este caso tres por dedo, lo que da un total de 20 signos, el mismo número de letras que se utilizaban en aquel alfabeto.
Sistema que permitía hablar por la mano al interlocutor, señalando con el dedo índice de la mano derecha, a modo puntero, la letra necesaria, formando de esta forma palabras y frases, y que por supuesto debería ser un lenguaje secreto para los extraños, en caso de no conocer la clave pertinente. Semejante sistema de “hablar” por la mano, fue utilizado por los druidas hasta su total desaparición.
Basado en el mismo alfabeto, existía otro sistema que se ejecutaba utilizando como eje la línea que da la mano izquierda tendida, con los dedos pulgar e índice yuxtapuestos, y al apoyar sobre dicho eje, sucesivamente, una, dos, tres, cuatro o cinco yemas de los dedos de la mano derecha, de la que resultaban las cinco vocales. La segunda serie, sobre el mismo eje, pero sobre palma de la mano izquierda, y siguiendo la misma mecánica de yemas de la mano derecha daban las cinco primeras consonantes. La tercera serie se ejecutaba sobre la convexidad de la mano izquierda, y la cuarta y última sobre concavidad de la misma mano.
Otro sistema o variante, permitía su ejecución, de estar sentado en una mesa, sobre el muslo de la pierna o sobre la pantorrilla de cruzar la pierna, y utilizando los dedos de la mano de forma alternativa para formar las letras, sistema evidentemente encaminado a un único interlocutor y por tanto forma secreta de comunicación.
Manos “parlantes”
Tras conocer las aplicaciones del alfabeto de Ogámico, y su forma o manera de ejecución manual, se impone llegar a una serie de conclusiones básicas. La primera que salta a la vista es que dicho alfabeto, extraído del culto mágico a los árboles, se remonta a la prehistoria más oscura. La segunda conclusión, es que nos encontramos ante un lenguaje simbólico, puesto que la representación gráfica de las letras se reduce a simbolizar estas mediante una serie de, llamémosles palotes o puntos significados sobre un eje central. Por lo cual cabe pensar que nos hallamos ante uno de los alfabetos más antiguos, puesto que no se representaba con él ni ideogramas ni jeroglíficos, por el contrario representaba, de forma simbólica, letras individuales y concretas.
Por otra parte, el uso de las yemas de los dedos, como si fuera un teclado, con una secuencia máxima de 5, recuerda enormemente a las pinturas de Gargás, con sus dedos replegados, donde el eje de ejecución es la superficie de la pared, a diferencia del ogámico que es la mano izquierda.
De la misma manera que las manos en Gargás, o de otras pinturas rupestres similares, no están todas verticales, sino que tan pronto oscilan hacía la izquierda o la derecha o están invertidas. Detalle que podría implicar un código similar al ogámico con veinte posiciones o variantes.
Estas sorprendentes similitudes, con abismo temporal de más de 22.000 años, indicarían de por si la pervivencia de un primer lenguaje humano no verbal, sino manual, y además simbólico. Hipótesis, que en cierta manera daría respuesta al cómo se comunicaban entre sí los hombres prehistóricos antes de la aparición del lenguaje vocal. Y como antes de la aparición de la propia escritura, representativa en su figura a los propios sonidos, el hombre utilizaba, como los músicos, una escala musical, puesto que tienen un eje de ejecución, donde los sonidos de las vocales y consonantes se podían representar mediante puntos o rayas, de manera similar al alfabeto Morse.
Esto último explicaría también, de forma racional, la magia que veían los antiguos en la música y su obsesión por ella, y los intentos más variados a todo lo largo de la historia por plasmarla de manera gráfica, basándose en los mismos sistemas que se habían utilizado para representar los primeros alfabetos, como si de escalas musicales se trataran. Recuérdese que hasta hace muy pocos años se enseñaba en las escuelas a los niños el alfabeto cantando, y el ritmo y la cadencia musical del mismo, al igual que se hacía con las tablas de multiplicar.
Beda el Venerable
Aquella obsesión del hombre por plasmar manualmente los sonidos, ya sea el de las letras o de la música, a última hora ambas son sonidos, pervivió al menos en su representación manual hasta el Imperio Romano. El monje inglés Beda el Venerable recogía, todavía en el siglo VII, un viejo sistema utilizado por los romanos durante siglos, mediante el cual, y con diferentes posturas de los dedos de las manos, simbolizaban no letras, sino números. El mismo sistema sobre el que ya habían hablado autores anteriores como Juvenal y Plinio en el siglo I o Plutarco y Apuleyo en el siguiente.
En dicho sistema, se representaba desde el 1 hasta el 99 con la mano izquierda, y del 100 hasta el infinito con la mano derecha. Para su ejecución se hacían servir, de nuevo los cinco dedos, al igual que en las pinturas de Gargás o en el ogámico. Dicho sistema había sido utilizado ya, con anterioridad a los romanos, en Oriente Medio como vehículo para representar el paso del tiempo, otra de las grandes obsesiones en la antigüedad puesto que la longevidad del mismo daba prestigio a los reyes o a los imperios.
Concretamente en Roma, se simbolizaba al dios Jano, el dios doble, haciendo con los dedos el número 365, lo que daba a entender el paso de los años y de los siglos, y dado que Jano sabía calcular el tiempo, aquello demostraba que no era un hombre sino un dios. Este comentario lo recoge Plinio en su Historia Natural.
Pero Beda recogía también que el mismo sistema podía simbolizar letras. Para ello bastaba con sustituir el número 1 por la a, el 2 por la c, y así sucesivamente. Lo que no explicaba Beda es que fue primero, si los números o las letras, ya que de mirarse con cierto detenimiento dicho alfabeto, en principio simbólico y no figurativo, las formas de los dedos simbolizados del 1 al 90 recuerdan, sin gran esfuerzo, a las letras del alfabeto romano, en este caso al alfabeto uncial.
Por otra parte, lo que no deja de ser curioso de aquel sistema es su propia supervivencia en el tiempo, ya que fue utilizado hasta el siglo pasado, no en Europa como era de esperar, sino por las tribus beréberes del norte de África, y no en su faceta alfabética sino en la numérica. Pues, su uso se ceñía específicamente a las transacciones comerciales entre las diferentes tribus o etnias, que con indiferencia al idioma, podían comprar o vender, utilizando las manos como marcador o como calculadora a la hora de ponerse de acuerdo en los precios.
Circunstancia que viene a traer en consecuencia que el hombre desde la noche de los tiempos, y aunque pueda expresarse mediante la voz, a utilizado y utiliza las manos como vehículo de comunicación, al ser este el más primitivo de todos los sistemas humanos, reminiscencia ancestral de cuando no podía hablar vocalmente. Y que lo único que ha traído la civilización es que, poco a poco, nuestras manos que durante miles de años han “hablado” clamorosamente ahora se están quedando, por primera vez en la historia de la humanidad, mudas.
Bibliografía:
Antonio Gascón Ricao, Manos que hablan. Pinturas rupestres ocultan un alfabeto. Karma-7. Barcelona, marzo de 2000.
Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación de los sordos en España, y su influencia en Europa y América. Madrid, 2004
(Propuesta de “Cuadritos” aclaratorios)
EL DOLMEN COMO CALENDARIO
El alfabeto Ogámico aparece también en algunos dólmenes de Irlanda, cumpliendo las funciones de calendario, al repartirse los cuatro grupos de 5 letras sobre el cuadrado que forma el dolmen. Así un pilar representa la primavera, el otro el otoño, el dintel para el verano, y el umbral para el Día de Año Nuevo. Dicho calendario está basado en la leyenda versificada de la huida de Grainne y Diarmuid de Finn Mac Cool.
LAS SEÑAS DE LOS SORDOS.
Contra la opinión general, las señas mediante las cuales se expresan las personas sordas no corresponden a un idioma único y universal. Cada país tiene su propio código de señas, al igual que sucede con los idiomas hablados. Y puede suceder, como en España, que en algunas comunidades como Cataluña, Galicia o el País Vasco, convivan señas españolas con señas catalanas o gallegas propias, y en función siempre de la institución donde hayan estudiado.
Un artículo muy, pero que muy interesante. ¿Puedo hacer un par de consultas?
ResponderEliminar- Las manos de la cueva de Maltravieso, ¿siguen un código similar al de la cueva de Gargas?
- En las cuevas con manos en positivo o negativo que existen en Europa y Sudamérica, ¿las manos presentan un significado similar?
Gracias. Henar Pascual